El 9 de diciembre se ha publicado un nuevo artículo de Jorge Valdano en El País. Aunque ya podéis verlo en la web del periódico, os dejamos aquí el texto completo:
River – Boca: for export
Los jugadores tienen un compromiso con la dignidad, y los hinchas,
la obligación de defender con orgullo y en paz la pasión que les une.
Salvar lo salvable
La emoción es la única coartada del espíritu guerrero que se apoderó de los barras bravas argentinos. Teniendo en cuenta que River es el principal damnificado por los desmanes de los hinchas de River, la estupidez es otro factor que conviene no subestimar. O la prueba de que estos grupos, que empezaron siendo funcionales a directivos corruptos, hoy solo responden a su propia codicia. Emoción, estupidez y delincuencia, un cóctel para echarse a temblar. Jugar en Madrid es una capitulación en toda regla. El partido se rindió ante la barbarie de estos delincuentes, ante la incompetencia, y posiblemente complicidad, de las fuerzas de seguridad y ante la incapacidad organizativa de los directivos. Este retrato que el país ofreció al mundo a través del juego que más nos representa es una vergüenza. Hoy, los jugadores tienen un compromiso con la dignidad y los hinchas, la obligación de defender con orgullo y en paz la pasión que les une.
Silencio, se juega
La carne y los jugadores (a estas alturas, términos redundantes) son productos argentinos de exportación. Esta semana, dos ganaderías enteras viajaron 10.000 kilómetros para jugar el partido de más alto nivel simbólico de Argentina y de máxima repercusión en Sudamérica. Por fortuna, ningún jugador hizo burla a los hinchas y los hinchas no les tiraron piedras al avión. En el aire somos ejemplares. Los jugadores, desconcertados, resignados y seguramente obligados, no dijeron una sola palabra ante el robo a su propia gente del espectáculo más soñado, del juego más amado en el país más futbolizado. Mejor así. Porque si algo le viene sobrando a esta gran final son palabras. Empezando por las mías, que hace apenas dos semanas reprochaban a los españoles la superioridad moral con que miraban el gran clásico argentino. Este domingo el Bernabéu lo recoge del suelo para demostrar que la superioridad no es solo moral. Solo se me ocurre dar las gracias.
«Pi – pi – pi”: algo pasa en el Bernabéu
El Bernabéu, que vio tantas cosas, se encontrará con un paisaje nuevo. El blanco que le resulta tan familiar salpicado de rojo, los colores de Suecia hablando lunfardo, un folclore con un movimiento inusual que desconcertará a las piedras, unos cantos ingeniosos lanzados como rayos contra el enemigo. ¿Será así? Porque, cada vez que estamos ante un cambio, es en la misma dirección. La ópera de los pobres que siempre fue el fútbol es arrebatada por ricos que transforman los rituales. El estadio estará invadido por curiosos, turistas del fútbol que querrán saber como es un River-Boca y que ni siquiera sabrán a quién animar. Unos y otros, por su masiva presencia, convertirán el partido en algo extravagante que no sé imaginar.
Inventario de la dignidad
Pero ilumina el partido con tus mejores luces, Bernabéu, que el fútbol argentino es, también, la furia competitiva de tu querido Di Stéfano; la pasión artística de Maradona; la genial capacidad de síntesis del despiadado Messi. Más allá aún, el país de los jugosos relatos de Osvaldo Soriano; del humor que raspa las entrañas del fútbol del Negro Fontanarrosa; del matrimonio por amor entre rock, tango y fútbol que representa mi admirado Andrés Calamaro… Queda algo auténtico en el fútbol argentino que crece como una enredadera en las conversaciones de bar, en los partiditos de cualquier potrero, en el mensaje que los veteranos dejamos a los jóvenes. Cultura popular denigrada por una decadencia corrosiva que pone en peligro la alegría de sentirnos alguien en el juego global por excelencia: el fútbol. Cualquier día y lugar es bueno para ir recuperando ese legado cultural. Hoy, en el Santiago Bernabéu, sin ir más lejos, para que esta farsa termine guardando las apariencias.