Disfrutaba de Madrid paseando en una mañana soleada y, de pronto, del cielo despejado cayó un rayo que apareció por mi teléfono: “Ha muerto Cruyff”. Lo que sentí se pareció más a la incredulidad que a la tristeza, porque hay personajes tan llenos de energía y creatividad que ni se nos ocurre pensar que la muerte pueda alcanzarlos. Cuentan que en una ocasión, siendo entrenador, el equipo llegó de viaje a altas horas de la madrugada tras jugar un partido de visitantes y se encontraron con las puertas del Nou Camp cerradas a cal y canto. Cruyff se bajó del autobús para examinar la situación y un jugador se preguntó en voz alta: “¿También sabe de candados?”. Nadie con tanta convicción como para merecer el apodo de “Dios”, que le adjudicaron esos mismos jugadores del Dream Team.
Un día quedamos para hablar de fútbol en un hotel de Santander. Estábamos instalados cómodamente en uno sillones, pero hacía tan buen tiempo que decidimos seguir la conversación en la terraza. Cuando íbamos hacia la puerta aceleré para llegar primero y Johan quedó sorprendido, pero aún no había perdido la batalla. Fue entonces cuando me dijo: “Se abre hacia fuera” (¡la puerta!). Ese simple acto lo proclamó autor intelectual de la apertura de puerta y yo quedé como un simple operario de la función. Así que ahí va, a donde sea que vaya, a competir con quien sea que le espere. Porque este dios del fútbol era un competidor excepcional.
El jugador
También jugaba al fútbol como los dioses. Fue dentro de una gran generación que Johan abanderó y que demostró que el talento es incontenible cuando hay coraje para imponerlo. Sucedió dentro de un país sin historia futbolística, pero fue imposible no mirar hacía ahí cuando Cruyff apareció en escena. Es inolvidable esa estampa que parecía una postal de fútbol y la fuerza de su carisma, que atraía las miradas incluso cuando no tocaba la pelota. Le decían “Flaco” y lo era, pero mi sensación cuando tenía la pelota es que a ese cuerpo ligero, espigado y ágil lo habían fabricado para jugar al fútbol. Corría con la elegancia de un cervatillo y la convicción de un león. La cabeza siempre levantada, el paso alado como si pisara aire en lugar de tierra, una carrera incontenible que parecía apuntar al horizonte, pero a la que nunca le faltaba un freno. Y cuando su marcador lograba frenar, Johan ya había acelerado otra vez y para siempre. Su visión era la de un gran angular que le permitía jugar en cualquier puesto porque su influencia pesaba en toda la cancha. Él era el “jugador total” del “fútbol total” que practicaba el fascinante Ajax y que se prolongaba en la Selección Holandesa de los años setenta. Una especie de John Lennon que revolucionó al fútbol, como los Beatles revolucionaron la música.
La pelota siempre se adapto a sus frenos y a sus arranques como si fuera un animal de compañía que hacía lo que su amo le ordenaba. Y si entramos en el capítulo de la personalidad debo decir que nunca he visto a nadie gobernar los partidos con la autoridad con que lo hacía Johan. Movía los brazos como quien dirige el tráfico, hablaba hasta en mitad de un regate, pedía la pelota como si fuera solo suya. Mandaba él. Se permitía desafiar la autoridad de su entrenador modificando, en medio de un partido, las posiciones de sus compañeros y la suya propia sin ningún complejo. Pero también mandaba sobre los árbitros, a los que hacía sentir el poder de su talento, hablando con ellos entre jugada y jugada como si fueran sus empleados.
Lo conocí cuando yo apenas cruzaba los veinte años y él ya era un jugador consagrado (en ese tiempo ya había levantado tres Copas de Europa con el Ajax y tres balones de oro). Nos enfrentamos en un partido de Copa del Rey y mantuvimos una discusión sin importancia. Me preguntó de dónde era, luego mi nombre y finalmente mi edad. Cada pregunta la hacía con mucha seriedad, como si le interesara de veras. Yo le contestaba a todo con la obediencia que merecía una leyenda de su tamaño, pero Johan, sin piedad, me disparó a matar: “Con veinte años, a Johan Cruyff se le trata de usted”. No fue un buen comienzo, sin embargo eso no modificó mi admiración.
El entrenador
Siempre creí que la de entrenador era una profesión apta para jugadores inteligentes pero con algún tipo de limitación. Gente que tiene que pensar para sobrevivir en el profesionalismo. Los cracks absolutos vienen aprendidos desde la cuna y resuelven los problemas más complejos con la velocidad punta del instinto. Razón suficiente para subestimar a Johan, el hombre que había nacido para jugar. Cuando llegó al Barcelona como entrenador tardé en darme cuenta de que estábamos ante un revolucionario. Pensé que se trataba de un excéntrico, pero viéndolo en perspectiva sus primeras decisiones fueron las de un genio que tenía un plan. En un tiempo en que se permitían dos extranjeros por club, los equipos grandes tenían que apuntar muy bien. Ahí estaba la posibilidad de marcar diferencias. Generalmente, se apostaba por grandes delanteros porque el gol suele tener nombre propio. Johan empezó comprando a un defensa a punto de estar gordo que se llamaba Ronald Koeman y que tenía un toque de balón sensacional. Porque el gol, según Cruyff, es tan hijo del juego como de los especialistas. Y el juego hay que proponerlo desde atrás. Más tarde llegó Laudrup, un jugador finísimo rechazado por el táctico fútbol italiano de aquellos días. Otra estación intermedia antes de llegar al arco.
Así, eslabón a eslabón, terminó creando un equipo que dividía el campo en cuadrículas. La cuadricula central se la terminó adjudicando a Pep Guardiola, otro flaco famélico que jugaba con una inteligencia superior y que se alimentó de ese fútbol para terminar poniéndole método al colosal instinto de Johan. Pep es, sencillamente, el siguiente eslabón en la cadena evolutiva del fútbol. Hoy la ciencia ya ha demostrado que “el hábito es la gran herramienta de la memoria y, por lo tanto, también del talento, que es su criatura” (José Antonio Marina dixit). Estas cosas Johan no las leyó nunca en ninguna parte y seguramente no le interesaba un pimiento su formulación teórica. Pero hace treinta años, de manera intuitiva, ya llevaba a la práctica esta premisa a través de “rondos” en los que sus jugadores fueron descubriendo los secretos de la pelota y del juego. De hecho, desde que conoció a Johan, la pelota nunca volvió a ser la misma. Si cuando fue jugador tenía una visión tan general del juego que parecía un entrenador, hay que decir que cuando fue entrenador nunca se olvidó de cómo piensan los jugadores. Eso si, desde los dos lados siempre desconfió de los directivos, a los que mantuvo a raya toda su vida. Había un militar en su don de mando como había un artista en su rebeldía.
El profeta
Se equivocan aquellos que dicen que Johan creó un gran equipo. Eso es reducir mucho su legado. Creó una escuela que cambió la historia del Barça y del fútbol español. Basta con decir que, desde 1960 hasta 1991, el Barcelona había ganado dos títulos. Desde 1991 hasta hoy, en el Barça solo ganaron campeonatos aquellos entrenadores que, siendo holandeses o españoles, fueron respetuosos con su estilo. Y no son pocos. De hecho, son más de la mitad de los títulos disputados desde entonces. 4 Johan, 2 Van Gaal, 2 Rijkaard, 3 Guardiola, 1 Tito Villanova y 1 Luis Enrique (a día de hoy). En el mismo periodo, el Barça ganó sus primeras cinco Copas de Europa. Esto viene a significar que el romántico fútbol de Johan Cruyff, lo primero que le enseñó al Barça fue a ganar. Y también a España, cuya revolución formativa (y sus Europeos y su Mundial) hubiera sido imposible sin su influencia.
No era fácil entender a Johan. Por un lado porque, como el mismo decía, hablaba mal en cinco idiomas. En segundo lugar porque, como todos los genialoides, se saltaba eslabones cuando pretendía explicar algo. Pero, principalmente, porque amaba las simplificaciones.
Un día jugaban contra el Atlético de Madrid de Manolo, un jugador temible por su capacidad de desmarque. Cuando los jugadores vieron en la pizarra que Manolo no tenía asignada ninguna vigilancia especial se lo hicieron notar. Cruyff pregunto: “¿Cuál es la mayor cualidad de Manolo?”. Todos coincidieron que el desmarque. Cruyff remató con su contundencia de siempre: “Entonces lo mejor es no marcarlo”. Y se quedaba tan ancho, como sorprendido porque alguien preguntara por una cuestión que se contestaba sola desde la lógica más elemental. Lo cierto es que sus equipos terminaron hablando por él.
Nadie en la historia del fútbol ha conjugado con tanto éxito su carrera de jugador con la de entrenador. Nadie con tanta fuerza para convertir el buen fútbol en una cultura. Una semana antes de su muerte había visto un apasionante Bayern–Juventus en Munich. Un partido que al Bayern se le fue de las manos. Perdía dos a cero y Guardiola tuvo que tomar decisiones muy arriesgadas para igualar en tiempo reglamentario y ganar en la prórroga. Después del partido encontré a Pep y me dijo algo extraordinario: “Cuando peor estaba la cosa me pregunte: ¿qué haría Johan en esta situación?”. No se me ocurre un homenaje mejor para terminar esta despedida.