El 13 de enero de 2024 Jorge Valdano escribió un nuevo artículo sobre la actualidad futbolística para el periódico español El País. Aunque ya puedes leer el texto completo en la web del periódico, os dejamos aquí el artículo:

La inmortalidad de Beckenbauer

La del alemán era una superioridad tan elegante y abusiva que no llevaba implícito ningún esfuerzo. Quienes jugaban a su lado y quienes salían a enfrentarlo, parecían seres inferiores que solo tenían derecho a observarlo.

Ser el más grande de Alemania es mucho decir

Pelé explicaba al fútbol brasileño al que dotó de confianza y trascendencia, Cruyff a la deslumbrante escuela holandesa, Maradona al astuto y virtuoso juego de Argentina… Fueron los mejores y, con ellos, viajaba orgullosamente la identidad futbolística de todo un país. Leyendo los distintos homenajes que Franz Beckenbauer provocó tras su muerte, hay una coincidencia sin excepciones: se trata del mejor jugador alemán de la historia. Nada que discutir, porque su sedoso talento atravesó generaciones de grandes campeones sin que ninguno de esos jugadores empañara la condición de súper crack que ostentaba Beckenbauer. Pero resulta curioso que, el mejor alemán, haya sido el menos alemán. El prejuicio nos dice que el alemán es fuerte, responsable, competitivo, previsible, con gran sentido colectivo… Si tuviéramos que hacer un retrato robot, estaría en las antípodas de la aristocrática figura del Kaiser. De alemán tenía, eso sí, su estirpe ganadora.

Olor a crack

La de Beckenbauer era una superioridad tan elegante y abusiva que no llevaba implícito ningún esfuerzo. Quienes jugaban a su lado y quienes salían a enfrentarlo, parecían seres inferiores que solo tenían derecho a observarlo. En una tertulia de exjugadores que compartí en los años noventa, Iselín Ovejero, defensa argentino del Atlético, contó en una ocasión que él había marcado más de una vez a Johan Cruyff. Le pregunté qué recuerdo tenía de aquellos enfrentamientos y la respuesta fue inolvidable: “Lo bien que olía”. Es lo que estos monstruos dejan al pasar. Seguro que Franz también dejaba un buen aroma en el aire cuando salía desde el fondo de la defensa como patinando sobre hielo y con la cabeza tan levantada, que parecía estar mirando el siguiente partido.

Bailarines inolvidables

Todo el mundo pretende que uno haga ranking de jugadores para saber quién era el mejor en lo que sea. Suelo negarme porque me da miedo cometer una falta de respeto. Solo me gustan las listas que no sirven para nada. A propósito de Beckenbauer voy a decir quiénes fueron, para mí, los jugadores más elegantes de la historia. No atiendan al orden. Primero nombraré al “Beto” Alonso, jugador de River Plate de los años setenta que era Nureyev jugando al fútbol. Muchos jóvenes no sabrán de qué estoy hablando y lo siento por ellos. Luego a Zinedine Zidane, al que bastaba ver controlando un balón para que el fútbol se elevara hasta lo artístico. Y no puede faltar Beckenbauer, representado siempre con un frac impecable, porque su fútbol no manchaba. El pragmatismo nunca entenderá porque estos tipos resultan inolvidables cuando la elegancia no es un valor cuantificable. Se lo voy a contar: porque para muchos de quienes amamos este juego, muchas veces la belleza es más duradera que el resultado.

Pero quería seguir ganando…

Cada vez que me crucé con Franz Beckenbauer, se agarraba la cabeza desde su imponente y relajada presencia. Teníamos en común el Mundial de México, donde Alemania logró empatarnos después de un 2 a 0. Con la excitación del 2 a 2 fueron a buscar el tercero y dejaron libre a Maradona, que puso a Burruchaga mano a mano con Schumacher para el 3 a 2. Las manos que se llevaba a la cabeza eran porque entendía que, si se lo hubieran tomado con calma, en la prórroga nos pasaban por arriba. Tampoco hay que exagerar, pero afortunadamente en el fútbol no existe la contraprueba. La anécdota sirve para entender el inacabable apetito de triunfo de Beckenbauer, que en aquellos encuentros ya era Campeón del Mundo como jugador y entrenador y triple Campeón de Europa. Solo queda por decir que se fue un grande, un distinto, un señor. Nos deja el aroma de su inmortalidad.