Jorge Valdano presenta su último artículo, “El genio”, escrito en especial para esta web.
Podéis leer el texto completo debajo de estas líneas:

Ocurrió nada menos que en El Clásico, dentro de un partido enloquecido y en el minuto 92. Se plantó ante una grada estupefacta, tomó la camiseta entre las dos manos, la levantó sobre su cabeza y en ese gesto que tuvo algo de ritual, me pareció creer que Messi, por fin, se sintió un genio. Es tan contenido que llegué a creer que no lo sabía. Aunque de vez en cuando nos venga renovando una pregunta: ¿en que consiste ser genio? En realidad llamamos genio a aquel que no se ajusta a un patrón y hace cosas tan extraordinarias que parecen mágicas, como si sus acciones cayeran fuera de nuestra capacidad de comprensión. Lo increíble es que transmiten una sensación de naturalidad incluso cuando hacen lo imposible. De pronto, a una jugada desestructurada, difícil y hasta fea, la arregla un toque que le pone armonía a todo el desarreglo. Resoluciones espontáneas, atajos que toma el instinto con su conocida capacidad de síntesis y dotes adivinatorias, para llenar las lagunas que hay entre dos hechos. El crack es ese tipo que convive con la cercanía de un rival sin alterarse. Puede estar rodeado de jugadores que creen tenerlo acorralado, pero de pronto y por obra y gracia de una aceleración, un freno o un amague, encuentra un sitio del tamaño de una pelota que le resulta suficiente para encontrar una solución que le abre un panorama nuevo a la jugada. Y mejor. Lo hace a una velocidad que parece imposible que se haya puesto de acuerdo con la precisión. En Italia existe la palabra “tuttologo” para definir a una persona que tiene respuesta para todo. Esa especie de dios con dimensiones humanas que trae desde la cuna un saber incorporado que ha perfeccionado con la práctica, es el genio. Todas sus soluciones las tiene guardadas en el instinto y le resultaría difícil explicarlas. El genio futbolístico no sabe todo lo que sabe. Messi no pudo prever, ni siquiera un par de segundos antes, los prodigios que hizo en el Clásico. Sus rivales tampoco.

El genio es un matemático que no tiene por qué saber de números. ¿Cuántas soluciones posibles tiene una jugada? Seguramente decenas. En medio de la incerteza que todo jugador tiene cuando entra en contacto con la pelota, el genio elige la mejor: parecerá simple, será perfecta. Supongamos que el fuera de serie recibe un balón al tiempo que su vista de águila descubre una oportunidad a treinta metros de su posición. Se trata de un compañero que arrancó (o arrancará) hacia la portería contraria para ganarle la posición a su marcador. A condición de que la pelota le llegue al lugar y en el momento justo, habrá sacado una pequeña ventaja. La pelota, recuérdenlo, la tiene el genio, que debe ejecutar el pase a toda velocidad para evitar el fuera de juego de su compañero. El balón deberá caerle delante para que pueda defender la ventaja que le ganó al rival, pero no demasiado para no darle al portero la oportunidad de salir del arco e interceptar la acción. ¿Me siguen? Es un ejercicio de precisión que desafía a la técnica, pero sobre todo es un prodigio de medición en una ecuación en la que entran varias velocidades (la del balón, la del compañero, la del marcador, la del portero…) en un terreno limitado. Si al genio que está a punto de hacer ese prodigio le damos papel, lápiz y diez horas de tiempo, no sabría resolver el problema. Lo que el cerebro no puede, lo hace el pie en un acto reflejo en el que la inspiración tiene la velocidad del rayo y una precisión telescópica. El que no se asombre ante esta mágica resolución no sabe nada ni de fútbol ni de seres humanos ni de emociones ni de matemáticas ni del poder de la astucia y la adivinación.

Los Messis son dueños del fútbol de todo los tiempos. La mitad de esa sabiduría inconsciente lo traía un espermatozoide y la otra mitad esperaba en un útero. Como si el conocimiento universal del fútbol les viniera de serie gracias a ese encuentro milagroso. Ocurre una vez cada quince años: del primer al último afortunado (Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona, ahora Messi) pasaron setenta años. Superdotados con un sentido espacial prodigioso, con una extraordinaria mirada periférica y una técnica capaz de adaptarse a cualquier decisión, por loca que sea. El genio también es beneficiario de un ambiente en el que el fútbol ya tiene (exagerando un poco) una memoria genética y (aquí no exagero) un espesor cultural. Nadie lo explicó mejor que Menotti: “Es imposible un Maradona japonés”. Luego viene la práctica incansable que potencia esa ventaja que traen desde la cuna. Fútbol en la calle, fútbol en el potrero, fútbol en la escuela, fútbol ametrallando con la pelota una pared, fútbol gambeteando macetas, fútbol teniendo relaciones carnales con la pelota mañana y tarde, fútbol soñado por la noche…  Toda esa información se queda en la cabeza sin que el genio tenga conciencia de ello y, en el momento oportuno, se convertirá en una maravilla que dejará mudo o provocará un estallido. La pasión le pondrá acento, y de alguna manera honrará  la diferencia con la que el genio nace. Detrás de la pelota llegan los compañeros, el fútbol, y la posibilidad de defender con orgullo la camiseta de la escuela, del barrio, de la ciudad, del país, hasta que al final de esa escalera el genio es reconocido como tal en el mundo entero. Se siente dueño, feliz, poderoso… ¿Cómo no sentirse así provocando lo provoca?